miércoles, 20 de noviembre de 2013

"Puede que la cultura no me dé de comer, pero me alimenta".

Todo lo que sé sobre cultura podría resumirse en esa frase, y me parece lo suficientemente elocuente como para que todo lo que voy a decir a continuación esté de más. (De hecho, la autora de las doce palabras del título fue un regalo maravilloso que la cultura puso un día en mi vida y que me inspira constantemente).

Aún así, teniendo en cuenta la complicada situación en la que se encuentra el consumo de cultura en este país, este alegato me parece más que necesario.

Considero que el principal problema, como todos estaréis acostumbrados a leer y escuchar en los medios, es la brutal subida de impuestos que ha sufrido el sector cultural en los últimos años. Esto quedó claramente demostrado el pasado mes de Octubre, durante la Fiesta del Cine (tres días de cine, número ilimitado de películas a 2.90 euros cada una, sesiones en VOSE Y 3D incluidas) durante la cual las salas de todo el país recaudaron hasta un 500% más que en cualquier otra semana del año.


Esta situación demuestra claramente que si los precios fuesen más asequibles, el consumo cultural sería mucho mayor. Este aumento de impuestos está justificado por la evidente falta de presupuestos públicos, pero además, no podemos olvidar que para el Estado alejar la cultura del pueblo es una forma de hacer a este más dócil y manejable, una forma de controlarlo. En situaciones de crisis es fácil dejarse llevar por el pánico, y si conseguimos lidiar con seres que no tienen opinión propia, será mucho más fácil hacerles creer lo que nosotros queremos que crean.

Lo que quiero decir es que la cultura nos hace libres, nos ayuda a ampliar horizontes y crecer. Es una forma de comunicación entre los seres humanos, puede ser un camino hacia el entendimiento y hacia la comprensión. Nos ayuda a saber y comprender tanto lo que está pasando a nuestro alrededor, como lo que pasa en todos los mundos paralelos que escritores, músicos, actores y artistas en general, inventan para nosotros. Ser un consumidor habitual de cultura te ayudará a definir tus criterios, a tener una opinión formada sobre lo que te rodea y poder generar y defender tus propias opiniones y argumentos.

Claro que la cultura no es el único camino para lograr esos objetivos, pero, desde luego, sí es el más divertido y enriquecedor. Porque, dejando a un lado el componente intelectual, la clave, lo que nos hace conectar con lo que estamos viviendo, es la emoción.

Leer un libro, escuchar una canción, ver una obra de teatro o una película en la que te sientes identificado con alguno de los personajes, siempre te va a hacer sentir menos solo y más comprendido. Dicen que cuando estamos muy tristes nos da por escuchar canciones aún más tristes porque necesitamos que alguien nos comprenda, sentirnos identificados, ver que alguien más ha pasado por eso, que tu sufrimiento no es único en el mundo. Y puedes aprender de ello. Puedes ver cómo el protagonista de esa película o esa canción se enfrenta a problemas parecidos a los tuyos y utiliza soluciones alternativas para solucionarlos, maneras originales de vivir que jamás se te habrían ocurrido.

Además, la cultura inspira. Y esta, es sin duda, mi parte favorita. Incita al movimiento, a querer ser mejor, a dedicarte a lo que siempre quisiste o a posicionar prioridades. A ver cómo hay gente a la que las cosas le salen, querer escribir tu propio libro o dirigir tu propia película. Y otras personas a las que no les sale nada, y ser capaz de aceptar y lidiar con esa incertidumbre, en la que también reside una gran belleza. La cultura incita a "hacer de tu vida una obra de arte", como diría Nietzsche.

Y luego está la belleza por la belleza. El arte que nadie entiende y que cautiva desde el principio. La conexión emocional de la que hablaba antes, ese síndrome de Stendhal sin explicación aparente. Ese cuadro que eres incapaz de comprender pero que no puedes dejar de contemplar. Creo que ser humano y sentir como tal, tiene mucho que ver con esto.

Y para terminar, la cultura nos enseña a lidiar con los finales. Las obras de teatro, las películas, los libros, las canciones, empiezan, tienen una duración determinada y terminan. Sabemos que va a ser así, pero eso no nos impide disfrutar de ellas mientras duran. Al contrario, les suma emoción. Y esto, se parece bastante a vivir.

Por mi parte, intentaré cada semana, desde este espacio, acercar un poco más la cultura actual de la ciudad (y la general) a aquellos inquietos que estén interesados en crecer y mirar más allá de la cruda realidad que les muestra la vida cada día.

Os espero por aquí, mentes inquietas.

María Victoria Sánchez
@stareatLyra

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