Hoy, 3 de diciembre, se representa en el
Teatro Guerra de Lorca la obra infantil “El soldadito de plomo”, basada en el
cuento original de Hans Christian Andersen.
Recuerdo que la primera vez que leí ese
cuento era diciembre y hacía muchísimo frío. Debía tener unos ocho años. Lo
descubrí porque formaba parte de una colección de libros de Andersen
que mi abuelo me estaba ayudando a completar con el periódico de cada domingo.
Probablemente lo haya leído dos veces en
toda mi vida. No es un cuento que me marcase en profundidad, (de hecho, hasta
que no he vuelto a leerlo esta tarde ni siquiera recordaba la historia) pero
sin embargo, cada vez que oigo hablar de él, vuelvo a ese diciembre, a las
tardes en casa cuando hacía mucho frío fuera, al chocolate caliente arañándome
la garganta, a las vacaciones de navidad, a la ilusión de encontrar cada
domingo un cuento nuevo en casa. Esas tardes me resultaban muy inspiradoras, era
fácil dejarse leer: a partir del momento en que se escuchaba “Érase una vez…”
cualquier cosa podía pasar.
Terminé la colección de cuentos, guardé
los libros en un armario y pasó el tiempo, como pasa siempre. Unos quince años
después, Andersen volvió a aparecer en mi vida de casualidad, como regalo de
cumpleaños de otra de esas personas inspiradoras que han dejado huella en mi
vida. Esta vez era una recopilación de cuentos para no tan niños, con la
dedicatoria: “de A. para I., con la esperanza de que sigas soñando”.
No sé si sería capaz de explicar lo que
sentí en ese momento, pero cada vez que Andersen vuelve a aparecer de la nada,
de una u otra forma, me lleva a “El soldadito de plomo”, a “El lobo y los siete
cabritillos” o a “El flautista de Hamelin” y me siento pequeña y segura, tal y
como me sentía en aquellos días. Sienta bien pensar en el pasado cuando el
futuro es incierto y da miedo.
Lo que quiero decir con todo esto es que,
aunque los niños de ahora no vayan a recordar con exactitud, dentro de unos años,
todo lo que les está pasando, recordaran momentos especiales. Las navidades en
que fueron a ver con sus padres o con sus primos “El soldadito de plomo” al
Teatro Guerra de su ciudad. Ese momento en que ya nada volvió a ser lo mismo
porque de una forma u otra, les marcó. Y todos se merecen tener un “momento
Andersen” en su vida. Se merecen recordar, a través de las obras de teatro, de
los cuentos, de las películas, de las canciones que escuchaban cuando eran
niños, ese momento en que fueron pequeños y felices. La época en que todo
estaba bien y se sentían protegidos y queridos y cualquier cosa podía pasar
porque tenían todo su potencial y toda su vida por delante para hacer de ella
una obra de arte.
Llevad a los niños al teatro,
leedles cuentos, bailad con ellos, escuchad música, disfrazaos juntos, dejad
que asocien el arte a los momentos felices de su vida, porque así, dentro de
unos años, tendrán algo a lo que aferrarse, algo a lo que volver cuando se
sientan inseguros y la vida y el futuro les dé miedo.
María Victoria Sánchez
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